miércoles, 29 de febrero de 2012

Anonimato en la Red

Las relaciones humanas, las ciencias sociales no son ajenas al resto de nuestra actividad; así van evolucionando—es difícil saber con qué ritmo—con el resto de nuestro saber y conocimiento. Desde los inicios del pasado siglo los avances en física (teoría de la relatividad y mecánica cuántica) provocaron un cambio radical en nuestro modo enfrentarnos al mundo. El conocimiento dejo de ser intuitivo—ya no es plausible hacernos una idea sencilla de su funcionamiento— y la estadística fundamenta muchas de los resultados de los que observamos. Vemos el patrón resultante pero no comprendemos el por qué.

Y esta situación, dada en la ciencia, no la ha hecho más vulnerable; es más hoy explicamos mejor lo que ocurre que el Renacimiento, aunque nuestro mundo no sea tan determinista, tan mecanicista. Hemos aprendido a diferenciar entre el saber del mundo macroscópico y del microscópico; y en cada uno interpretamos de una manera—bien es cierto que los sabios nos aseguran que las rarezas del funcionamiento están en ambos, aunque para nuestra tranquilidad sólo lo microscópico nos perturba, de momento.

En el ámbito de la física cuántica sabemos que existe el ‘principio de incertidumbre’ que en términos legos es algo así como que: de una partícula no podemos al mismo tiempo su ubicación y su velocidad y, además, qué si hiciera algo por conocerlo, la perturbaríamos de tal manera que variaría su comportamiento.

Entiendo que, cada vez más, este modelo se va trasladando a las ciencias sociales—sociología, política, comunicación,…— y buena culpa de ello tiene la digitalización. Somos más individualistas, más autónomos pero al estar mejor comunicados, al interactuar más (similar a las partículas subatómicas) nuestro comportamiento es visible en el patrón resultante.

Además, el comportamiento en lo real y el lo virtual es distinto. El modo de darnos, de enfrentarnos a los demás no es comparable. En el mundo real, cuando proferimos algo nuestro alcance es limitado. Vemos, conocemos al interlocutor y nuestro yo se matiza en nuestro decir, ponderando hasta que punto quiero decir la verdad (correspondencia entre lo dicho y lo pensado). Mientras que el mundo virtual en vez de ponderar lo dicho, matizamos la identidad utilizando el seudónimo. 

Podríamos decir entonces que existe una especie de ‘principio de incertidumbre’ en el mundo virtual basado en el anonimato. No podemos conocer al mismo tiempo quién profiere y que grado de verdad—entendida como dijimos antes— ofrece cada sujeto. Y, además, cuándo intentamos saber quien es variamos su comportamiento y deja de ser quien o deja de decir lo que dice.

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