No extrañéis, dulces amigos, que mi frente esté arrugada[i] pues irrítame sobremanera el coro de tenores huecos que simplifican el mundo pensando conmutativo lo substancial de mi ser.
—Fonseca, dígame usted, si es lo
mismo o lo mismo es ¿que esté mi frente arrugada o que mi frente lo esté?
—¡Hum, profesor!, ¿no lo sé?,
déjeme usted cavilar…
— Cavile, cavile usted, mientras
tanto le diré que antaño se mantenía que leer es lo escrito comprender y que en
ello difería del mero deletrear cual prosodia gutural.
— Sería hipérbaton, señor.
— No está mal, ¡o es negligencia
retórica o es imprudencia verbal!
[i] El original de Antonio Machado dice: «No extrañéis, dulces amigos, que esté mi
frente arrugada…»