Hoy sí, hoy entro, no como el otro día, que deserté a menos de veinte metros. Además, voy a comprar un billete—un metrobus—, para ir documentado, sin problemas. Tengo monedas sueltas. Me gustan las monedas cuando están nuevas aunque no tanto como los billetes de cincuenta euros, incluso viejos.
Me acerco a la máquina (mi misantropía me aleja de la taquilla). Una moneda para dentro, otra,…, sólo faltan treinta céntimos. Última moneda: entra y sale. Otra vez, ahora con efecto, tampoco: entra y sale. La máquina se enfada; imperativa: ’Recoja su cambio’; devolución cual premio mayor de tragaperras—música para un reintegro: seis euros en monedas de cinco y diez céntimos.
Resignación. La taquillera se asombra, se interesa: ¿y eso?; cuenta, me pide lo que falta y me da mi billete. Mientras sonríe, se disculpa—¡estas máquinas!—y me saluda. Adiós, muy amable...y sin volverme murmuro: "Llegarán a pensar pero,…, ¿podrán sonreír?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario